La tragedia española ha sido la piedra de toque que ha permitido constatar si existe o no una fe inquebrantable en los principios de libertad y gobierno del Pueblo y que todo hombre en posesión de una conciencia crítica, un recio espíritu de justicia, una contrastada convicción democrática, no puede si no impregnarse de amistad hacia la República Española.
Es incuestionable que, en cualquier lugar del Mundo civilizado, la causa de la República Española toca lo más profundo de la sensibilidad humana. Ya se trate de asambleas populares o de encuentros diplomáticos como los de San Francisco o Nueva York, comprobaréis siempre que cuando se habla del sufrimiento del Pueblo español y de las faltas al respeto a él debido, se manifiesta el interés y la emoción que a veces llega a las lágrimas. Nuestra razón es tan evidente que aunque se la invoque de manera ocasional no es posible mostrar indiferencia o desprecio por la causa de un Pueblo tan volcado en la defensa de su libertad y tan abatido por haber sido doblegado por la más cruel y salvaje de las tiranías. Existe, señoras y señores, como un remordimiento que afecta a la conciencia de la Humanidad entera por el crimen cometido y que se sigue cometiendo contra la España Republicana.
Pues bien, si este reconocimiento de nuestro derecho y de nuestra razón es ahora universal, ¿cómo explicarnos que el problema español permanece siempre en el mismo punto en el que estaba el día siguiente de la victoria aliada?. Sólo se pueden encontrar dos explicaciones o, mejor dicho, dos excusas.
En primer lugar, que entonces había y que ahora hay más fascistas de los que se piensa. Por todas partes surgen partisanos de ideología fascista que se han subido al carro de la triunfante democracia, pero que en la intimidad de sus conciencias y en el fondo de sus corazones serán lo que siempre han sido: fascistas. Y, por ello, nunca perdonarán al Pueblo español su resistencia heroica durante cerca de tres años, resistencia que logró quebrar los planes de dominación universal de Hitler y de sus numerosos lacayos de los que Franco no era más que la imagen del más fiel y despreciable de ellos, posibilitando así la estrategia bélica y el rearme de las potencias democráticas.
Esto es lo que los fascistas jamás perdonarán a la República Española.
Existe, por otra parte, la dificultad de establecer una entente entre las grandes potencias y de conciliar sus intereses basados en los puntos esenciales encaminados hacia una paz futura perdurable. En lo que a mí atañe, estoy convencido porque la salvación de la Humanidad lo requiere, que se encontrarán finalmente las bases justas de una organización que armonice intereses opuestos y contradictorios y que tras este período de terror y miseria el hombre gozará de una larga era de paz, de libertad, de prosperidad y de justicia.
Pero, mientras, el Pueblo Español, que ha sido la primera víctima de la expansión del fascismo, continúa sufriendo las consecuencias de este hecho que constituye todavía la razón por la que la victoria de las Armas de la Libertad no ha logrado aún resultado, abandonado, como está, a las hordas de la tiranía.
Fernando Valera Aparicio
Presidente del Gobierno de la II República en el Exilio
Extracto de "Cahiers Republicains Espagnols" Cuadernos Republicanos Españoles, por Don Fernando Valera Aparicio. Editado en 1947, durante el exilio en París (Francia).
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