Se acerca el 14 de abril. Otra vez la república será una manifestación colorida y una charla en el Ateneo. Homenajes, tertulias y más banderas que manifestantes. Y después a casa...¡A lamentarse otro año más de la España que nos arrebataron!
Algunos seguirán “construyendo” república. O eso dicen. Diseñarán espacios cerrados, fuera de la realidad del momento. Grupos pequeños, que sin cabida en un tablero político amplio, se debaten entre la unidad o la destrucción mutua.
Y la Corona se ríe - ¡Qué triste! Pero cualquiera en su lugar lo haría. Con un republicanismo así, hasta un rey como Carlos II tendría asegurado el trono.
¡Y es que apenas se ha planteado un cambio realista en la forma de gobierno! Hablan mucho de una república que va del idealismo a la nostalgia, que se queda en lo abstracto y en el mundo de las ideas platónicas. Pero ahora en serio, y lo pregunto en serio, ¿España podría ser una república? Sí, sí podría. Y no hacen falta estandartes ni proclamas que parecen sacadas de 1873. Algunos no entienden que los que estaban en Sol aquel 14 de abril lo hicieron todo con sus manos y un par de banderas.
¡Una república siempre es un fin sencillo! No es como el crecimiento económico o el bienestar común, que para conseguirlos hay que superar muchos obstáculos. En una república solo hay un obstáculo: el rey. Si el rey se va, la república llega. ¡Ojalá también llegase el superávit cuando se fuese el ministro de economía, por ejemplo! Pero si queremos que el rey se vaya, y que la república llegue, tenemos que pensar en el contrato social del rey con su pueblo. Y así podremos desmontarlo para ofrecer un cambio en la organización del Estado:
Lo primero de todo: nuestra monarquía no acaba de ser parlamentaria. Y esto la diferencia de otros reinos europeos. El rey de España no tiene origen parlamentario, es el único en toda Europa. Y es cierto que algunos son más parlamentarios que otros: el de Inglaterra, por ejemplo, se lleva la palma con sus visitas a los afectados por los bombardeos nazis y su continua defensa del parlamentarismo británico durante toda la Segunda Guerra Mundial. De ahí el apoyo tan amplio que mantiene Isabel II...¡Y es que, al final, va a tener razón el último rey de Egipto (que también duró muy poco) cuando decía que en el futuro solo habría cinco reyes: el de Inglaterra...y los cuatro de la baraja!
Pero no es nuestro caso, ni mucho menos. Tenemos una monarquía bastante rara, y solo los japoneses nos entienden. Porque, aunque parezca mentira, hay algo que nos une: nuestros reyes son los únicos que consiguieron sobrevivir después de aliarse con el fascismo. ¡Un aplauso a los dos, que han conseguido lo que en Yalta y Potsdam parecía imposible!
¿Y como lo ha hecho el rey de España? Pues con un contrato social muy sencillo: como su legitimidad no puede ser la defensa de la democracia (pues venía de un dictador), se presenta como un elemento de cohesión nacional a partir de su propio legado. No es un rey parlamentario, es un rey histórico. Y por eso, para que alguien se lo crea, renuncia, por necesidad, a interferir en las cuestiones de gobierno.
Y es interesante, porque los reyes parlamentarios no hacen eso. En otras monarquías europeas, la presencia del monarca en el parlamento es casi una garantía parlamentaria - ¡E incluso se forman gabinetes de gobierno en nombre de Su Majestad! ¿Se imaginan eso en España? ¡En menos de un mes, haríamos que los Borbones volviesen a Roma!
De esta idea sacamos una paradoja: y es que el rey de España (y seguro que el de Japón también) aumenta su poder cuanto más renuncia a él. No lo perdamos de vista.
Otra cosa que no podemos olvidar es el papel de la monarquía durante la Transición y el 23F. A Juan Carlos se le agradece la democracia, en un agradecimiento más propio de súbditos que de ciudadanos, pues solo los súbditos agradecen la libertad en vez de luchar por ella, olvidando que nadie nos librará de los liberadores. U olvidando simplemente aquello de que “nadie regala nada sin esperar algo a cambio”.
Si reflexionamos un poco sobre el rey y la Transición, vemos que es una versión made in Spain de la baza parlamentaria que jugaron otros reyes europeos durante la Segunda Guerra Mundial (la misma que hoy les garantiza el apoyo del pueblo). Aunque tampoco hace falta esforzarse mucho para encontrar las ocho diferencias. ¿Cuál es la que más nos interesa? Que, seguramente por error, el gesto de buena fe de la monarquía se ha visto reducido a la figura individual de Juan Carlos. Y ahora, con un nuevo rey, pocos lo siguen teniendo en cuenta. Ni falta que hace.
Y hay una tercera cuestión: el aparato orgánico y mediático protege a la Corona. Pero es algo que no forma parte del contrato social, sino que más bien es un mecanismo que lo defiende. Si el contrato social se supera, las fuerzas del Estado cambiarán de bando y protegerán a los nuevos actores políticos. Por eso lo interesante es pensar en cómo superarlo. ¡Y no es demasiado complejo! Pues si el rey histórico se refuerza renunciando al poder, bastaría con implicarlo (directa o indirectamente) en los asuntos de gobierno.
Y ahí está la cuestión: ¿Puede haber vinculación entre los dos elementos? Sí, hay un punto de enlace: la corrupción. Y es verdad que la corrupción no es plenamente gubernamental, pero es un fenómeno que nace en los gobiernos para repercutir negativamente en la vida pública. Si el rey histórico es corrupto, está indirectamente gobernando, o al menos impulsando una tendencia gubernamental que ha destruido nuestra economía y servicios sociales. ¡Y el contrato social se incumple!
Por eso, como hasta ahora la corrupción solo ha salpicado a miembros de su familia, el contrato social se ha resquebrajado, sin llegar a romperse. En la implicación directa del rey está la clave de la ruptura y el cambio en la forma de gobierno, pues sería viable un acuerdo entre fuerzas políticas, que buscarían reforzar, al fin y al cabo, su compromiso con la transparencia y la soberanía popular.
No es una cuestión de banderas ni de consignas: la república depende hoy de la renovación en el marco institucional, de las investigaciones periodísticas, de la labor intelectual entre nuestros académicos y del compromiso general entre los ciudadanos. Hoy más que ayer, es posible desenterrar de las cuentas las mentes soñadoras del 14 de abril.
Javier González Sabín
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